lunes, 3 de septiembre de 2012

Una estancia cimarrona del siglo XIX

G. E. Hudson
El siguiente texto fue escrito por Guillermo Enrique Hudson, un autor nacido en Argentina en 1841 y fallecido en 1922 en Inglaterra, país del que también fue ciudadano. Vivió su infancia y juventud en Argentina, y visitó en un par de ocasiones al por entonces joven Uruguay. Conoció y relató muchos aspectos de la vida rural de aquellos tiempos, relatos que se encuentran en varios libros suyos. El siguiente es un fragmento de La Tierra Purpúrea, en el que Hudson cuenta sus aventuras en el campo oriental, y entre otras cosas, nos describe con muchos detalles cómo era y cómo se vivía en una típica estancia cimarrona de Paysandú a mediados del siglo XIX.



"La estancia de la Virgen de los Desamparados era un cuadrado edificio de ladrillo de regular tamaño, plantado sobre una colina que dominaba un inmenso trecho de terreno ondulante cubierto de hierba. No había ninguna arboleda cerca de la casa, ni siquiera un solo árbol de sombra o planta cultivada; había, en cambio, algunos grandes corrales para el ganado, del cual tenían seis o siete mil cabezas. La falta de sombra y verdura daba al lugar un aspecto melancólico (…)

Empecé inmediatamente a establecerme en la cocina. No parecía que nadie en la casa entrase jamás ni aun por casualidad en las otras piezas. La cocina era enorme; parecía un granero, y era de no menos de trece a catorce metros de largo y de proporcionada anchura; el techo era de paja, y [había un] fogón, situado en el centro de la pieza, [que] consistía en una plataforma de barro cercada por [huesos de vaca] medio enterrados verticalmente en el suelo. Desparramadas, aquí y allí, había algunos soportes y teteras de fierro, y desde [una de las vigas] que soportaba el techo, colgaba una cadena con un gancho, del que colgaba una enorme olla de fierro; [una parrilla] de unos dos metros de largo completaba la lista de los utensilios de cocina. No había ni sillas, ni mesas, ni cuchillos, ni tenedores; cada cual llevaba su propio cuchillo; a la hora de comer se echaba el puchero en una gran fuente de lata, mientras que del asado cada uno se servía de [la parrilla] misma, tomando la carne con los dedos y cortándose su tajada. Algunos troncos de árbol y cabezas de caballo servían de asientos.

Tenían habitación en la casa una mujer —una vieja negra y canosa, horriblemente fea, de unos setenta años de edad— y unos dieciocho o veinte individuos de diversas edades y tamaños, y de todos los matices de cutis imaginables, desde el color blanco de pergamino hasta el de vieja madera de encina. Había un capataz y siete u ocho peones, siendo los demás todos agregados, o hablando claro, un tropel de vagabundos que se apegan a esta clase de establecimientos como perros errantes atraídos por la abundante carne, y que, de tarde en tarde, ayudan a los peones en sus tareas; también juegan un tanto por dinero y a veces roban para costear sus [pocos] gastos. Al apuntar el día, cada uno se hallaba en pie y sentado al lado del fogón [tomando un mate] y fumando su cigarrillo; antes de salir el sol, todos estaban ya montados a caballo [arriando] el ganado en el campo (…); volvían a mediodía a almorzar.

La carne consumida y la que se desperdiciaba era algo atroz. Después del almuerzo se tiraban con frecuencia hasta diez o quince kilogramos de carne cocida y asada en una carretilla, llevándose en seguida al basurero, donde servía para sustentar a veintenas de halcones, gaviotas y caranchos, además de los perros.

(…) Pasados varios días, empezó a cansarme la comida exclusivamente de carne, pues ni una galleta [se podía conseguir] (…) Se me ocurrió que con tantas vacas se podría conseguir leche e introducir un poco de variedad en nuestra comida. Esa misma noche (…) propuse que al día siguiente enlazáramos una vaca y la amansáramos. (…) La negra (…) dijo que desde la visita del dueño y su joven esposa a la estancia hacía doce años, nunca jamás se había ordeñado en ella una sola vaca. En ese tiempo tenían una vaca lechera, y de haber bebido mucha leche la señora, antes de desayunarse, tuvo un empacho tal que hubo que darle polvos de estómago de avestruz, y, por último, llevarla con gran dificultad en una carreta de bueyes a Paysandú, y de allí, por el río, a Montevideo. El dueño ordenó que soltaran al animal, y nunca, a su saber, desde aquella fecha, se había ordeñado una vaca en la Virgen de los Desamparados."


  1. Siguiendo los datos y las descripciones del texto, imaginá cómo era y realizá un dibujo de la estancia de la Virgen de los Desamparados y el campo que la rodeaba.
  2. De la misma manera, realizá otro dibujo del interior de la cocina de la estancia, en lo posible incluyendo a las personas que describe el texto.
  3. ¿Cuál era la principal actividad económica de la estancia?
  4. ¿Qué diferentes tipos de personas conoció el escritor en la estancia? ¿A qué se dedicaban?
  5. ¿Por qué se consumiría, sobraría y se desperdiciaría tanta carne? (Pista: pensá en qué partes del ganado se aprovecharían más para el comercio)
  6. ¿En qué te hace pensar la anécdota de la leche y la vaca lechera?
  7. El autor dice: “desde la visita del dueño y su joven esposa a la estancia hacía doce años…”. Si el dueño iba de visita a la estancia, ¿dónde te parece que viviría? ¿Visitaría la estancia a menudo?
  8. ¿Cómo describirías, con tus propias palabras, la vida en esa estancia?